25 may 2013

Sobre el matrimonio

   En otro tiempo (pensaba él) y bajo una fuente de luz que no reconocería, encontraría, ya por fin, el motivo y motto que necesitaba y nunca había alcanzado ni siquiera a percibir que echara en falta. Esta carencia que nunca supo que tuvo y le atormentaba todas las noches (o al menos cada martes), quedaba patente en absolutamente todos sus recurrentes sueños sobre bodas que acababan con la tarta nupcial en llamas y donde todos los invitados, tras la ceremonia, corrían en direcciones que no tenían por qué ser la salida. Llamas verdes.

   Pues bien, al acabar una madrugada de martes se sintió muy capaz, de repente, de crear paralelamente a su trabajo como taquígrafo, en las horas que él consideraba muertas pero realmente estaban agonizando y podían salvarse, obras completas basadas en sus sueños. Obras artísticas de cualquier formato e índole basadas en esa tarta ardiendo, cuyo lema se podía resumir, según sus apuntes, en la moderna tragedia que suponía para él que los conceptos de quererla y tenerla nunca se dieran a la vez en una misma mujer: el principio y fin del amor. Cuando la tenía ya no la quería y viceversa. Normalmente eran cuadros de témperas pastel de las figuras de cera que representan a la pareja, vestidos como para casarse, derretidas, sonriendo, con un tono verdoso. También canciones.


   Los cuadros representaban la culminación de la vida amorosa, el último punto de la última etapa de una pareja como entidad, como concepto: la cima de una relación. "A más no se puede llegar". Representaban el fin del cortejo, de la fase del enamoramiento y, por consiguiente, la muerte inmediata e incinerada del verdadero sentido de “amarse”, o sea, todo lo anterior a ese punto. Pero también representaban, de alguna manera y de forma más abstracta (según él), el súbito y esperanzador nacimiento de entre todas esas cenizas del más básico sentido de vivir: no morir solo.

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