21 ene 2013

Lo de la pared


   Digamos que Srannsksdsnj estaba siendo consciente, incluso en ese momento y sin quererlo, de que su él mismo se encontraba abandonando lo físico: lo de sus piernas, pecho y cintura y todo eso. Vamos, que lo estaba notando pero que no podía hacer nada al respecto. Tanto esfuerzo en vano hacía por intentar entumecer el músculo y mover alguna parte de su cuerpo que oía su propia respiración como para toda la casa, como si sonara desde los altavoces. Del esfuerzo, vaya. Se daba miedo a él mismo. Después del silencio en la madrugada, lo de su voz gimiendo muy fuerte.
   Tras justos dos minutos y trece segundos que a él le parecieron dos horas (más o menos) consiguió mover el meñique del pie derecho pero no lo notó. Celebró algo en su mente, creyó sonreír pero era mentira. O sea, era verdad que movió el meñique pero que no se dio cuenta.
   De la pared izquierda de su habitación, por la que de repente corría una brisa así como salada de mar de origen físicamente inexplicable surgió, a las 3:33 de la mañana, para la sorpresa de Srannsksdsnj y los peluches sin ojos que había en el estante a noventa centímetros sobre su cabeza. Sentía ahora frío, el pobre, (porque pobrecito, ¿no? Encima de todo lo que tenía encima con la parálisis esa rara). Lo único que consiguió y desacertadamente fue girar la cabeza hacia su izquierda, de donde provenía el frío, y abrir los ojos. “El puto combo de la mala suerte”, pero él de momento no sabía eso.
   De esa pared seguía saliendo el frío raro y salado, pero ahora, en la oscuridad, también empezaba a expandirse como una mancha oscura desde una foto familiar pegada en el centro con una chincheta verde. “Estoy soñando, segurísima”, intentaba pensar Srannsksdsnj, pero mal, (por lo de cambiar el género) y del miedo que tenía ni podía hacerlo. Sentía la parte de arriba de su cabeza como congelada.
   La mancha negra (porque ahora era negra y no solo oscura) se iba haciendo más larga pero no más ancha. Adquirió el tamaño justo de una persona de tamaño medio, como de caber perfectamente en la habitación; pues así. La parálisis rara del niño no le dejaba cerrar los ojos “y seguir durmienda, cojones”, como deseaba. Se tenía que tragar toda la movida, fuera eso lo que fuera, con lo poco que le gustaba a él la playa. Oía ahora un pitido muy agudo. “Vayia puto paranollia”, intentaba pensar.
   Ya emergía un hombre boca abajo de la mancha, a cinco centímetros del suelo, con un sombrero de copa con el ala muy larga y vestido con un body de lycra blanco (que él veía gris claro, porque la habitación estaba casi en penumbra), muy ceñido. Tenía una máscara como de porcelana, verde fluorescente muy, muy brillante y sonriente. Brillaba en la oscuridad con una intensidad bastante dolorosa a la vista, muy poco natural (normal, joder: es un hombre saliendo de la pared, qué esperas de natural ahí). Un peluche de los que estaban sobre su cabeza, que él no veía, cuando lo del hombre, empezó a girarse poco a poco hasta 163,46º desde su propio eje Y, dándole la espalda a la pared de la izquierda. Era como si también le diera miedo.
   El niño notaba su corazón latiendo tan rápido sobre su pecho que pensaba que iba a morir ahí mismo. De las ansias y respirar tan fuerte consiguió mover solo dos milímetros la cabeza hacia la dirección del techo, para intentar no ver eso. Pero nada.
   Mientras Eso avanzaba muy lentamente hacia él (por lo menos quedaba un metro y medio hasta alcanzar la cama) empezó a sonar el quinto nocturno de Chopin como con reverb de iglesia muy grande, que parecía provenir de una mota de polvo pegada a la base de la pata más lejana de la cama, la que menos tenía que ver con todo eso: pues de ahí. Sonaba muy fuerte. “?Por quá no see entera mi madre? Yme desspierta, joder” Después de ese fallido pensamiento consiguió cerrar los ojos. “Biva”. Pero eso seguía sonando y ahora tenía más miedo si cabe, ya que no veía lo que pasaba o no pasaba.
   Al minuto, notó en toda la nariz una caricia muy fría con olor a playa como de un pie. Pensaba que se le iba a ir la vida en ese momento por la boca, de tan fuerte que estaba respirando.
   A los tres segundos justos consiguió abrir los ojos y ya no había nada y encima era de día ya. Creyó haber muerto, pero se estaba relajando poco a poco. Ya no sonaba nada más de Chopin ahí ni nada. Se desperezó muy fuerte. "¡Qué intenso!", pensó a los veinte minutos.