19 may 2013

52''

   La niña llevaba ya casi dos horas dormida pero dejó de dormir y ahora está despierta y con la garganta seca, mirando al techo sin ver nada. Coincidió la hora en que se levantara de la cama, en el preciso momento en el que plantara su pie descalzo en el suelo, en hora, minutos y segundos, con las veces que ya había hecho ese gesto en esa habitación y con ese colchón: 00:12:22; mil doscientas veintidos veces. Nunca jamás iba a pasar esto en esa casa con ninguna otra persona ya que en tres años, cinco meses y dos días se mudarían (todavía no lo saben) a otro sitio y con otros colchones y somieres. Intuyó algo loco, por un momento, al plantar ya el segundo pie. Algo especial estaba ocurriendo en su cara pero no sabía expresar con palabras lo que sintió al llegar a la cocina: abrió el grifo y ya no era más una niña. Maduró, de golpe y porrazo. Llenó el vaso, bebió el agua y se convirtió en mujer.
   Este mágico e inexplicable suceso, por desgracia o porque sí, solo lo pudo saber la sábana bajera cuando volvió a colocarse sobre ella, a las 00:13:14. La ya-no-niña se quedaría con la duda pero ahora que no tiene la garganta seca ya puede seguir durmiendo tranquila. 

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