— De entre toda la gente que podría haber sido, de cuanta gente conozco, ¿por qué ella? No me viene bien... ¡ni me interesa!
— Te puedo hacer una relación.
— A ver.
— Atento: ella tiene la piel bastante suave, ¿no?
— Mucho. Muy suave y lisa y clara. Muy lisa.
— Pues peor me lo pones. Ya sé que físicamente sí, ni dudas tengo, pero... ¿te atrae químicamente, además?
— Eso ya no lo sé.
— Pues yo te ayudo. Solo te digo que las superficies muy lisas y brillantes tienen una cualidad y sé que sabes de cuál hablo.
— Eso es mentira.
— No porque no sé mentir: estoy hablando de la reflexión. Id a un parque y acércala a un árbol. Verás que desde su cuello, por ejemplo, podrás ver ese árbol reflejado. Y desde sus manos, y desde su cara, y desde sus rodillas (si las tuviera descubiertas). El árbol.
— No puedo creerte y sé por dónde vas.
— Y tú, que no eres pequeño ni mucho menos, cuando te acercas tanto a esa chica puedes verte reflejado en ella. Por eso te gusta tanto. Por eso mismo.
— No.
— Fin: o tu amiga es un espejo y no lo sabías o estás enamorado de ti mismo. Y eso es muy parecido.
— Solo es que me siento identificado.
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