Contra todo pronóstico la joven
negativa, llena de magulladuras o heridas
abiertísimas (dos), de las cuales ya se estaba recuperando sin casi percatarse, consiguió encerrarse en la sala de invitados falsa que realmente resultaba ser un hueco en la planta del edificio separado por muros (reales y densos, esos
sí), materializados justo para ella ahora, junto con una puerta
blindada con cerradura que abría una llave afilada enorme que, bueno, tenía ya en la mano desde que empezó el relato, por lo que sea. Los jóvenes positivos (se adivinaban más de cincuenta pero
menos de cincuenta y dos), desde el segundo en el que se cerró la
puerta, intentaban en vano fundirse con el aire para entrar por cualquier rendija o atravesar la puerta blindada a cabezazos o otras-partes-del-cuerpo-azos. Dieciocho de
ellos se encontraban pegados a la pared colindante como con una
suerte de pegamento extra fuerte. Tres de ellos expulsaban semen
desde sus penes erectos casi a la par. Los tres penes apuntaban de una forma certera y perfecta a la
matriz de la joven negativa, aun habiendo un muro de por medio.
La joven positiva al no poder soportar
la presión abandonó nuestro estado de consciencia autoinduciéndose
al sueño fatal (o también puede que se intentara clavar la llave,
muy afilada y muy llave, en los ojos, vientre y pecho hasta acabar
desangrándose).