La mayoría de despropósitos
culinarios y físicos que habrían tenido lugar en las teóricas seis
horas y media de apertura nocturna del Orégano Fatal, aparte de no tener
explicación ni medio lógica (paredes blandas o translúcidas,
cocciones imposibles de cinco segundos, puerro shiny), nadie nunca
habría sido capaz siquiera de percatarse ya que esa noche no abrieron porque, además de ser día festivo, el restaurante no existe.