La pareja susurra extremadamente bajo
en la madrugada, en su habitación.
– Cariño, te podré escuchar cuando
te relajes.
– Pero que ya estoy relajada.
– Pues no, no estás relajada porque
dices muchas tonterías y todas juntas.
– Pero que yo no estoy loca.
Escúchame...
– Es muy tarde... y tienes sueño.
¡Y has cenado fuerte! Y se te ha mezclado todo eso con lo de la
entrevista de mañana, encima... –beso en la frente– Descansa,
cariño. Te quiero.
– Como a las locas. Lo que yo te
diga.
– A ver, Elena, cariño, son las
putas cuatro menos cuarto de la mañana, y yo zombie, y tú sin
pegar ojo desde hace cuántas noches, ¿cuatro? –Le da la espalda a
ella– Que son sueños, cariño, no sé cómo tengo que ponerme ya.
Es serio ya esto, ¿eh?
– Sueños, claro. Por eso estás
susurrando tú también, ¿no? Por eso, será por eso: porque son
sueños. Sueños míos, sueños de loca. Por eso susurras.
Él levanta la voz en la primera
frase.
– ¿SUSURRAR? A VER, SUSURRO PORQUE ES TARDE, ¿NO? Elena, no quiero ponerme borde pero por favor, quedan cuatro horas y poco para que suene el despertador, cariño... y yo NECESITO dormir, –se gira a abrazarla y tocarle el pelo. Ella, ojiplática– ¡y lo que más me duele de esto es que tú también! Y hoy tú más que yo... Y que me hayas dicho ya son cuatro noches que llevas sin dormir, pero a saber cuántas son realmente pero no me lo dices por miedo a qué se yo. Estás tonta.
– Pues ahora que sacas el tema llevo
un año durmiendo fatal. Pero es que últimamente ya ni puedo.
– ¿Ves? –Deja de abrazarla– ¿Y la
confianza? Joder, Elena. Qué es lo que te pasa.
– No sé cómo decírtelo... pero es
que no soy yo, Edu.
– Los fantasmas esos de tus sueños,
¿no?
– No, si fantasmas no son porque vivos, están. Los he visto, amor, y no estoy loca. Pero es que por la noche
hacen más ruido...
– ¿Y por qué no he visto yo na
puta mierda? Piénsalo bien.
– Mira, mira a la ventana ahora
mismo –susurra mucho más bajito–.
– Qué dices -gira la cabeza para
mirar allí-.
– Corre, mira. Fíjate bien en la
parte izquierda de la cortina...
– No veo una mierda, enciende la
luz.
– ¡No! No la voy a encender, Edu,
porque se van, seguro. Fíjate bien, por favor. En la izquierda... entorna
los ojos...
– No voy a ver nada.
Él pega un brinco y se gira a abrazar
fuerte a su novia con los ojos como platos. En la ventana vemos la perfecta silueta de un sonidista con gorra, mascando chicle y
direccionando una pértiga con un micro a un metro y medio encima de
sus cabezas.
– Amor, vámonos de aquí.
– ¿Lo has visto o no?
– Me he meado.
– Ya huelo. La otra noche te juro que vi a un
cámara saliendo del baño... pero no te iba a decir nada, porque
claro, “estoy loca”.